Aspectos de la crisis pesquera. Importancia y función de la industria
Autor: Valentín Paz-Andrade
Data de publicación: 17 de xuño de 1927
Medio: El Sol. Madrid
Viejo y funesto achaque éste de que España apenas tenga conciencia de los problemas del mar. Ha padecido nuestro país, como una triste aberración histórica, la de vivir de espaldas a las inquietudes del litoral, que es tanto como desconocer su propia naturaleza. ¿Y no habrá llegado el momento, grato y fecundo, de la rectificación y de la enmienda?
Parecen presentirlo, esperanzados, los industriales pesqueros de toda la periferia española, actualmente congregados en Madrid. Traen de la costa, curtidas en el hálito salobre de las brisas marinas, hambre y sed de justicia. Se presentan en un noble ademán de defensa. Y hemos de dar a sus ansias progresivas, con prestigiante acogimiento, que les presta EL SOL, la resonancia que merecen.
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Por la importancia de sus industrias del pescado, España ocupa en la actualidad el segundo lugar entre las naciones marítimas de Europa. El primero corresponde a Inglaterra, que, consciente del valor que tiene la pesca en la economía de toda nación culta, ha tenido preferente cuidado de protegerla.
Dentro del cuadro de las riquezas españolas –después de la agropecuaria– es la pesquera más considerable que otra alguna. La inició y elevó hasta un nivel halagüeño, sin el menor amparo oficial, el esfuerzo privado –tantas veces rayano en la abnegación y el sacrificio– de los armadores y los marineros.
Nuestra flota pesquera se compone hoy de más de 1.660 embarcaciones, entre las de motor y las de vapor. De esta cifra, 600 barcos se dedican a la pesca de altura, en mares libres. Las naves de esta clase se dividen en “bous” o “trawlers” –cuyo número asciende a unos cien– y parejas, tarrafas, barcos besugueros, sardineros, etcétera –los restantes–. El valor de la flota destinada a la pesca de altura puede calcularse en unos cien millones de pesetas.
El rendimiento de la industria ha alcanzado cifras verdaderamente extraordinarias. Años hubo –no muy lejanos– en que los productos de la pesca en España se elevaron a 500 millones de pesetas. Iniciada en 1920 la curva del descenso, aun en los últimos años, dichos rendimientos no fueron menores de 200 millones de pesetas, que se reparten en muchos miles de trabajadores que viven de las actividades de la pesca y de sus industrias derivadas.
Suponemos que bastarán las cifras precedentes para dar una idea de cuánto conviene a España vitalizar la producción de la segunda de sus fuentes de riqueza.
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Siendo, como es, la pesca una industria de alimentación, entraña una finalidad que debiera tenerse en cuenta para estimular su propagación y desenvolvimiento. Lo procedente y lo obligado es ensanchar el área del consumo del pescado, disminuyendo el de carnes; orientación tan brillantemente preconizada en Francia y en otros países. Mientras no puedan comer pescado fresco todos los españoles, la función social de la industria pesquera, dentro de la economía nacional, no se habrá llenado. Interés celoso y preferente del Estado debiera ser el conseguirlo, en la seguridad de que los beneficios de esta eficiente y saludable política de abastos los recibiría directamente el consumidor.
El industrial no obtendría parejos provechos, como alguien pudiera suponer. Porque se da el caso de que los armadores no pueden vender los productos de su industria al precio que estimen remunerador. Lejos de ello, el pescado se ofrece en pública subasta y el vendedor habrá de aceptar forzosamente la tasa que libremente fija el comprador, porque la mercancía no es susceptible de almacenarse hasta esperar mejoras de cotización, sin riesgo de trocarse totalmente inservible.
He aquí un fenómeno que no se da en las demás industrias, toda vez que en éstas cualquier aumento en el coste de producción se refleja inmediatamente en el precio. Acontece con la pesca que todo lo que venga encarecer su explotación, ataca directamente a la vitalidad de la industria, que, huérfana de estímulos oficiales, no puede siquiera defenderse, provocando un paralelo encarecimiento en el mercado.
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La demanda apremiante y radical de los hulleros asturianos, reproducida recientemente y en dramáticos tonos, ante el Gobierno, entraña una amenaza fulminante para una industria que tiene tal importancia y responde a tan alta misión. La situación es de tan inquietante gravedad, que pudiera acarrear perturbaciones ruinosas para intereses que tanto interesa al Estado conservar y aun estimular eficazmente, en bien de la prosperidad de todos. Es éste, en los momentos actuales, el aspecto más agudizado de la crisis pesquera, y hemos de analizarlo serenamente en artículos sucesivos.
V. PAZ-ANDRADE