Con Guilherme de Almeida, príncipe dos poetas del Brasil
Autor: Valentín Paz-Andrade
Data de publicación: 5 de xaneiro de 1960
Medio: Faro de Vigo
Publicado na páxina de “Arte y Literatura” do Faro de Vigo do 5 de xaneiro de 1960
Primera imagen del poeta
Entre las estampas personales de más felices tiempos, archivo en la memoria una primera imagen de Gilherme de Almeida. Aunque desteñida por años y azares, conserva los rasgos esenciales de la figura, tomados a distancia de su actual madurez.
Era entonces un hombre de frágil estructura corporal. Ni alto ni bajo, con tanta vivacidad en el ojo y en el gesto, como transparencia y avidez en los reflejos mentales. Ni extravertido, ni tímido, con cierto aire de fina latinidad nativa, envolviendo una juventud ya más potencial que cronológica.
Llegara Guilherme de Almeida al Portugal de sus abuelos, en la resaca de la revolución de 1930, instauradora de la dictadura de Getulio Vargas. Como además de abogado liberal era poeta -tan fecundo que ya publicara once libros-, pudo convertir la huída del Río a Lisboa en algo más que un episodio político. Aceptó el exilio como una verdadera “peregrinación a las fuentes”. El mismo lo diría tres años después al regresar al Brasil.
“Não foi un puro acaso, não foi un cego destino que para alí me levóu. Foi un impulso, tal vez inconsciente, instintivo no momento; mas, depois, conselente, reflectido, propositado. Un deses súbitos retornos en que a xente se encontra bruscamente consigo mesmo, estremece e estranha un instante, para logo depois se recononhecer e calmamente se admirar”.
Ferro y Almeida
En la Lisboa de aquel tiempo, apagadas las luces literarias del Chiado quiroziano, brillaba Antonio Ferro como primera estrella portuguesa del periodismo internacional. El que más tarde había de ser embajador de su país en Berna y en Roma, gran amigo de Guilherme de Almeida, proporcionó a éste la oportunidad de conocer Galicia.
Ferro la descubriera poco antes de la mano de Alfredo P. Guisado, poeta oriundo de la tierra de Mondariz, residente en Lisboa. Guisado y Ferro, también de ideas políticas antagónicas, mantenían una amistad ejemplar.
Con motivo de la celebración de la “Semana Portuguesa en Vigo” volvió Ferro a Galicia por marzo de 1933. En el séquito del cripto-embajador, había ahora recambio de poetas. Le acompañaban dos personas: su esposa: Fernanda de Castro -hija de Eugenio de Castro- y Guilherme de Almeida.
Tuve en ambas ocasiones, la fortuna de orientar a tan esclarecidos visitantes por los caminos y principales ciudades de Galicia. Durante la segunda gira, Ferro y Almeida tomaron parte en un acto literario celebrado en Vigo. Fuí honrado con la misión de pronunciar las palabras introductorias. Me pareció obligado decirlas en gallego, y no solo por deferencia a los visitantes. También con el fin de apurar el contraste entre las tres modalidades del mismo idioma. Los presentados hablaron en Portugués. Uno con la fonética de la metrópoli. Otro a la manera culta habitual en el Brasil.
Al final un periodista se acercó a ambos y con no disimulada franqueza, dijo:
-Felicito a los dos efusivamente.
-Percebéu todo?, contestó uno.
-A Ferro poco, a Almeida todo.
Reencuentro con un príncipe
Han pasado muchos años desde que esta pequeña naración fué vivida. Reflota en mi recuerdo, cuando está iniciándose el acelerado crepúsculo de una tarde caliginosa, en al despedida de la primavera austral. Las luces de los rascacielos, los rótulos y las “lojas” de São Paulo, multiplican y traumatizan la algarabía visual que envuelve a la gran ciudad.
La Rúa del Barao de Itapetininga, en el centro comercial, parece un abigarrado río humano. A merced de la corriente puede uno dejarse llevar hacia la más elegante tienda de arte o de modas, la librería poblada de obras más modernas, el más confortable salón de “cha”... Pero en uno de sus predios, el número 262, entre apartamentos dedicados a los más prosaicos tráficos, el poeta tiene su estudio.
Siempre tuve buenas razones -las sagradas razones de la amistad- para renovar el contacto personal con Guilherme de Almeida, en mis anteriores recaladas paulistas. Otras razones, además, imponían ahora la visita.
Recientemente ha sido proclamado, por sufragio abierto, “Principe dos poetas” del Brasil. Se trata de la máxima distinción que se otorga en esta República, a los elegidos de las Musas. Instituída en 1902, el título vitalicio ha sido detentado sucesivamente por Olavo Bilac, Alberto d'Oliveira (1919) y Olegario Mariano (1937).
Mediante votación en que intervinieron 964 de un colegio de 1000 electores -intelectuales, periodistas, artistas, editores, libreros, etcétera- y en la que, desde Amazonas a Río Grande do Sul, tomaron parte todos los Estados, la mayoría de votos a favor del triunfador fué de 320. No es posible desconocer la significación del acontecimiento, contando hoy el parnaso brasileiro con figuras tan señeras como Manuel Bandeira, Carlos Drumond de Andrade, Vinicios de Moraes, Mario de Andrade...
El concurso se debe a iniciativa de “O Correio da Manhà” de Río. Aunque la elección, y subsiguiente ceremonia de investidura, se celebraron en 16 de septiembre y 22 de octubre, respectivamente, el eco popular de tal consagración aun se encuentra vivio en el país. Y no solo en los cenáculos literarios de São Paulo o de Río, sino entre gentes que no tienen con la poesía más relación que la del simple lector. Una relación, como puede apreciarse, aquí mucho mejor correspondida por la masa, que en países más cultos de Europa.
El poeta en su ámbito
Tan pronto como abandono el “elevador”, a la altura del “segundo andar”, el nuevo “Príncipe” viene a mi encuentro. Viene sin “farda” rameada, sin cortejo, sin antesala, con el corazón alzado y los brazos abiertos. Viene como el exiliado democrático del treinta.
Los años han modificado algo su estampa primera. Mucho menos de lo que el número de los trascurridos pudiera determinar. El hombre maduro conserva, acrecentada, la vivacidad espiritual del joven. Y la forma física, en este caso imbatida también, solo interesa en los príncipes cuando no son, antes que príncipes, poetas.
El taller literario de Guilherme de Almeida, está inserto en el torrente de la mayor metrópoli mercantil sud-americana. Aquí no hay torres de marfil para renunciantes al ardor de la vida. Aquí todas las torres son de hierro, cemento y cristal, incluso para engranar en los procesos del engrandecimiento común, el trabajo de los poetas.
Nos parece percibir la realidad de tal incorporación, al entrar en el ambiente en donde Guilherme de Almeida, día a día, sin tregua, viene forjando su obra. Sólo la poética excede ya de treinta y cinco volúmenes, excluidas reediciones y refundiciones. Al lado de la actividad favorita, está la de traductor de poetas extranjeros, especialmente franceses; la del periodista que redacta su glosa para “O Estado de São Paulo”, el más caudaloso diario de Sud-América: están sus colaboraciones en numerosas revistas, sus trabajos como académico, etcétera.
Pero de todo esto, que es para él lo inmediato, la sal y la sangre de cada día, no se habla ahora. Ahora se habla de Galicia. Por algo estamos ante el escritor luso-brasileiro, sin duda más amorosamente volcado hacia la solera del idioma.
-Eu fun, vocé sabe, en procura do Portugal orixinario. Non achéi en Lisboa nin en Coímbra... Achei-o na Galiza é que estan nas fontes prístinas. Mais non en Santiago de Compostela, con toda a sua grandeza fabricada... Están no campo galego, no Ulla, en Amahia, nas Marinhas altas e baixas... Aquela paisaxe, aquela gente camponesa, aquelas aldeas nas ladeiras, alquel falar doce a sadio, aqueles piornos... A dura Galiza do Castelao, meu amigo. A terra que vin labrar en Silleda a Manoel Colmeiro, e depois levar aos seus cadros...
En medio de la exaltada evocación surge el rasgo poético desnudo, espontáneo, aprehendido en los labios de un labrador marinero de Combarro. El poeta lo recuerda el pie de un hórreo de piedra, donde la cruz se alza sobre la puerta. Y ante la pregunta indagando el motivo de la colocación unánime del símbolo en tales cosntrucciones típicas, escucho esta respuesa: non olha que é a santa capeliña do noso pan. El contenido de la frase no es meramente lírico.
En el obrador del poeta los frisos están cubiertos de libros, objetos de arte grabados, retratos... Mientras hablaba, algo pareció estremecerse en la quietud de los anaqueles laterales. De pronto Guilherme se levanta, introduce sus manos entre los volúmenes, y echa sobre la mesa, al azar, un haz líricos gallegos: Rosalía, Noriega, Cabanilas, Iglesia Alvariño...
Galicia, o la troncalidad
Cuando acabo de oír a Guilherme de Almeida, constituye una costante de su pensamiento poético algo así como una ley interna que incorporó a su obra, a partir de su contacto directo con Galicia, brevemente historiado. El mismo había expresado así, en la conferencia que antes dimos noticia, “...guiado por esse ritmo que marcava o andar dos meus pés, dos meus pensamentos, foi então que pisei as primeiras pedras de Vigo. E aí, então eu vi e comprendí a irmanação e identificação total e inmediata dos dois povos”.
Esto podía no pasar de un tópico al uso, especialmente durante “una Semana Portuguesa en Vigo”. Pero el poeta descubre pronto algo más profundo y delicado: “Uma palabra, então, aparece luminossísima, en todos os periodicos, en todos os cartazes, en todos os labios, que me aclaróu tudo, “troncalidá”. Sim, era a troncalidá. O tronco, o que está entre a terra e o ceu, o que é união, o que é feixe, o que non é dispersão múltipla em inumeraveis raízes, nen esfarelamento aéreo en galharia, folhagem, floração e fructifição. Troncalidá... ¡qué mágica palabra! Galiza era a “troncalidá”: a patria primeira da minha raça; mais ainda, da minha cançao”...
Enlazado con aquel pensamiento, en cierto momento del diálogo, me dice ahora:
-vocé inventóu a palabra “matricial”, que dí moito mais que “maternal”, no seu “Pranto”. “Matricial”, de matriz, que eu incorporei agora á literatura brasileira.
El poeta y el traductor
Hay otras manifestaciones en la obra y al margen de al obra de Guilherme de Almeida, que corroboran su fidelidad estética a la troncalidad gallega. En el prólogo a su maravillosa traducción de “Poetas de França”, cuya tercera edición se publicó en 1958, escribió:
“Das “aubades” dos trovadores da Provença enrtralaçadas a os “alalás” dos jograis da Galiza, duas poesías nacerán juntas, gemeas; e, separadas, seguiram; e tem agora bruscamente un encontro fortuito na encrucillada casual que eu quero que este libro seja”
Manuel Bandeira, otro de los grandes líricos actuales del Brasil, en su libro antológico “Apresentação da Poesía Brasileira”, estudia a su colega como poeta y como traductor de poesía extranjera. Refiriéndose a sus primeros cinco libros, creados dento del clima Parnasiano-simbolista, dice que revelan “un habilíssimo artista do verso que, con mais fundamento ainda que bilac, podería decir que imita a ourives quando escribe”. Pero al registrar su evolución hacia el modernismo, añade:
“Foi na açao renovdora en elemento moderado, jamais entregado a facilidade do verso libre, sem peias, jamais renuciando a nobreza dos temas e da linguaragem, aos requintes da técnica, chegando nos seus libros da fase modernista... a unha especie de compromiso entre os dous procesos de versificação, o regular e o libre”.
Tiene mayor interés aun para nosotros, cuando Bandeira dice del segundo aspecto de la figura estudiada. “Esse dominio da técnica poética déu a Guilherme de Almeida o primado entre os nosos traductores, e o conhecimento que possui do portugués arcaico habilitou-o ao tour de force de trasladar uma balada de Villón no galaico-portugués trovadores-medioevais! trovadores-medioevais”. Se trata de la “Ballade des dames du temps jadis”, que más tarde ha traducido Álvaro Cunqueiro al gallego actual. El experimento ha sido repetido repetido por Almeida con sonetos de Ronsard y de Joaquím du Bellay, logrando siempre efectos estéticos impresionantes.
El mensaje del poeta
A pesar de su deliberado y sostenido entronque con las raíces del idioma, Guilherme de Almeida se mantiene en plena vigencia como poeta de su tiempo. Nada le define tan expresamente en tal aspecto como el mensaje que ha leído, ante la Academia Brasileira das letras, al serle conferido el flamante Principado de la Poesía.
“O principal e haber, entre as muitas terras do utilirario mundo uma terra útil que ainda sonha”. El contenido de la frase es meramente lírico, pues el poeta lo explica seguidamente: “Util quando viceja pelos lavras, ecorre pelo latey, acena pelos cernes, camina pelos rebanhos, transpira pelas minas, chispa pelas forjas, fuma pelas chimemes, estronda pelos andaimes, desfila pelos trillos, fogo pelas rodovias, desfila pelos postes, maromba pelos fios, escapa pela antena, zarpa pelos casi, voa pelas pontes aéreas...”
En este caso la tierra a que el poeta ser reifiere, no queda reducida a los límites de la patria. Se trata de expresar un anhelo universal, en la forma más honda y ardiente. Con ella, el Príncipe dos Poetas, lanza su mensaje pidiendo:
“Que todos os poetas do mundo se deem as maos formando uma ronda qeu rede e se enrole no mundo, rodeio em que o branco e amarelo, em que o negro e o vermelho, que vieram de lavras ao gelos, de areias ou selvas, e o voo cromático e solto das suas bandeiras, e os vivos matizes dos seus baralhados costumes, girando, virando, volteando se posama fundir, tal como se funden os gomos de coores de un piâo, no grande incolor que equipara fazendo o equilibrio con sua serena aparencia de imobilidade... Uma única força no mundo e capaz de salva-lo, Pois non desintegra, mais une, porque ela e do espírito: E o espírito e un só, como deus. Ela e a força Do Sonho, do Ritmo, do Verbo, do Ideal, da Beleza, Ela e a Poesía. Por isso, en verdade vos digo: E clamo e reclamo do fondo da minha humildade: -Que todos os poetas do mundo se deem as máos! -Que todos os poetas do mundo se digan irmaos!