Cronica pesquera. Hacia una más racional organización económica
Autor: ValentÃn Paz-Andrade
Data de publicación: 29 de febreiro de 1932
Medio: Vida MarÃtima. Madrid
Un record de producción.
La flota de un puerto español ha capturado, durante el año 1931, unas cincuenta mil toneladas de pescados. Esta cifra extraordinaria pasará, sin duda, inadvertida en un país donde los hechos económicos generales apenas inquietan a contados estudiosos, y los de carácter pesquero no suelen producir curiosidad alguna.
Mas a nosotros, que tenemos la pupila en vela constantemente, avizorando todo fenómeno económico que se origine del mar, ese record de producción pesquera que Vigo ha alcanzado en el año último nos obliga a cierta meditación.
De la Europa continental, solo dos o tres puertos pesqueros –Wesermunde, Bulogne-Sur-Mer, acaso Cuxhaven– habrán superado la suma de Vigo. El gran puerto francés del Mar del Norte la sobrepasa por poco más de 15.000 toneladas. Los que le siguen en importancia de la República gala –La Rochelle y Lorient-Keroman–, no suman entre los dos la cantidad de pescado arrancado al mar en 1931 por los vapores de Vigo.
De este modo queda confirmado aquel puerto gallego como el más importante de Europa en el Atlántico, por lo que a producción pesquera se refiere. Pero no podemos regocijarnos demasiado ante resultados tan espléndidos de la campaña pesquera que comentamos, porque al propio tiempo ponen de manifiesto la incapacidad industrial de España en este orden de intereses.
Era natural que ese volumen de pesca inigualado se tradujera en un inigualado rendimiento crematístico. Sin embargo, Vigo apenas ha obtenido más de veinticinco millones de pesetas, de sus cincuenta millones de kilogramos de pesca. Al productor que lo ha captado en el mar, exponiendo su capital o su vida, tras faena ruda y valerosa, vino a convertírsele cada kilo de pescado en dos monedas de veinticinco céntimos. El común denominador de esta cotización irrisoria nivela tanto al opulento lenguado como a la democrática sardina; igual a la oronda merluza que al pulpo escurridizo.
De esta vez, el milagro de los peces no fue también el de los panes.
No podemos desconocer que en 1931 el mercado pescadero español registró precios más bajos que los de períodos anteriores. Mas este fenómeno de depresión, con mayor intensidad que en España, se dejó sentir en el extranjero. Y, sin embargo, mientras Vigo ingresó poco más de 25 millones de pesetas como producto de primera venta de sus 50 millones de kilogramos de pesca, Bulogne-Sur-Mer, donde la depreciación del arenque alcanzó coeficientes insólitos, logró convertir sus 68.000.000 de kilogramos en casi 70.000.000 de pesetas. Aproximadamente, el kilo de pescado traído al puerto gallego se cotizó a la mitad del precio alcanzado por el mismo kilo de pescado en el importante puerto de la Mancha.
Resulta innecesario ponderar las funestas consecuencias económicas que de semejante desvalorización se derivan para la industria pesquera. Su esfuerzo productivo, por magno y denodado que sea, se esteriliza lamentablemente a causa de una organización comercial lenta, insuficiente y anacrónica.
Necesidad de puertos pesqueros modernos.
El primer factor que influye en detrimento de la verdadera estimación pecuniaria de los productos del mar es la carencia de puertos pesqueros. España se resiente de falta de utilaje portuario especialmente montado para aprovechamientos industriales. Los presupuestos de obras públicas, administrados por manos más generosas ante el pedigüeño que ante el realmente necesitado se derrocharon por la costa en pequeñas obras inútiles, sin responder a un plan orgánico general, sin inspirarse en elevadas conveniencias del país.
Así tenemos muchos pequeños puertos que viven de la pesca, y ni un solo gran puerto de pesca moderno, vinculado a los mejores mercados por una red de transportes adecuada a las actuales exigencias y a las especiales características del tráfico pesquero. En este aspecto, España continúa como cando toda su flota se reducía a las traineras del “xeito”, y todas las manipulaciones de conservación del pescado se hacían bajo unos cuantos cobertizos, a base de sal común y cajones de pino.
No se ha dado cuenta aun de que para obtener del mar todo el rendimiento que generosamente brinda, la técnica ha creado un tipo especial de puerto; compleja y eficiente organización económica, que comienza a bordo del arrastrero y termina en la mesa del consumidor; racional estructuración de todos los elementos que intervienen en las diversas fases que recorre el pescado desde que sale del copo, con la que se persigue y se logra la máxima utilidad del instrumental pesquero, la mejor calidad y frescura del producto, la rapidez y baratura del transporte, la eliminación del intermediario, con positivo ahorro en los dispendios del consumidor y asegurando retribución digna para el esfuerzo, tantas veces heroico, del productor.
La obra de la industria pesquera de altura.
El Estado español se ha venido despreocupando alegremente, en los tiempos de la Monarquía, de toda obra profunda de vigorización de las fuentes de riqueza. La pesca constituye el ejemplo típico de esa distracción tradicional. Todo lo que es la industria pesquera de altura se debe a su exclusivo afán, jamás estimulado por asistencia oficial alguna. Transformó sus flotas, las lanzó a competir en lontanos caladeros con las más potentes de otros países, creó instituciones sociales dignas del desarrollo logrado; hizo cuanto al esfuerzo privado le es dado hacer. En esa meta se halla hoy la gesta noble de la industria pesquera española.
Para superarla, el Estado tiene que abandonar frente a los intereses del mar su indiferencia crónica. No puede exigir de los armadores pesqueros que construyan por sí solos grandes puertos modernos, ni de los exportadores de pescado que monten líneas de ferrocarriles adecuadas a las necesidades de aquellos. El problema tiene magnitud sobrada para dejarlo relegado a soluciones particulares e improvisadas, y debe ser incorporado al primer programa de reconstrucción nacional que se componga por el Gobierno de la República.
Al decir esto ya damos a entender que a la mente que ese programa conciba debe inspirarla un pensamiento levantado y generoso. Que el propósito no se malogre, diluido en complacencias políticas, para servir esta localidad o la otra, como ocurrió en ocasión no muy lejana. Una organización pesquera moderna solo puede estructurarse con un rígido sentido de concentración en el puerto, si bien se llegue a la más amplia ramificación en el mercado. Hay que sacrificar el halago de campanario al principio de la unidad en producción, la economía en la distribución y la insuficiencia en el consumo.
Política pesquera exterior.
La política pesquera que es menester desarrollar no puede limitarse a los objetivos que dejamos esbozados. Las relaciones económicas que entre los diversos países se establecen, y constantemente se modifican, han de determinar en el nuestro la adopción de aquellas medidas que aseguren el desenvolvimiento normal de las principales fuerzas productoras.
Así, en la actualidad, el problema de los contingentes de importación muestra su faz aguda, y se atraviesa en la vida industrial española, demandando soluciones urgentes, al menos en lo que a la pesca se refiere. Al signarse el reciente Tratado comercial con Francia, sin dar tiempo a que alcanzara prácticamente la plenitud de su vigencia, el Gobierno de allende el Pirineo puso en vigor el sistema de los cupos trimestrales, sórdidamente calculados para reducir a la mínima expresión las exportaciones de pescado español a los mercados del Midi, que ayudaban a descongestionar provechosamente los nuestros.
El funesto juego de los contingentes llega a refinamientos vejatorios. A Inglaterra, que apenas exporta a Francia pescado fresco, pero que solía introducir cuantiosas partidas de ahumado, se le fija un cupo amplio para el primero y se le limita a proporciones insignificantes el segundo. Para España se cambian las tornas, y puesto que interesa fundamentalmente a nuestra industria exportar pescado fresco y conservado en aceite, estos cupos son precisamente los que se fijan con la máxima restricción.
Para dar una idea de los extremos a que llega esta exacerbación del proteccionismo galo bastará citar que en 7 de enero, por aviso inserto en el Journal Officiel se declaró rebasado el cupo otorgado a España y Portugal para la introducción de sardinas en conservas, correspondiente a un trimestre que termina en 29 de febrero. Pues por lo que respecta al arenque salado, y para diversos países, en 31 de diciembre se declaró cerrada la importación en Francia hasta el 30 de septiembre próximo inclusive.
Rumbos modernos.
He aquí otro de los factores que contribuyen a la improductividad del esfuerzo pesquero. Mientras Francia cierra las puertas al pescado español, mantenemos francas las nuestras para recibir cuanto quieran enviar los exportadores de las Galias. La repercusión en los precios habrá de ser inmediata, con quebranto profundo para la producción nacional que, impedida de seguir suministrando uno de sus mercados habituales de importancia, se verá en su propia casa rudamente competida por el pescado extranjero. No se olvide, además, que la deficiencia de los transportes ferroviarios significa una ventaja insospechada para los introductores de pescado francés. La Rochelle puede colocar en Madrid, varias horas antes que Vigo, la merluza desembarcada al mismo tiempo en ambos puertos.
Se advierten, pues, con toda claridad, las dos directrices, interna y exterior, a que debe responder la política pesquera española. Vencido el viejo despego hacia el mar, por la mayor capacidad de sentir las realidades nacionales que ha traído el nuevo régimen, es hora de iniciar los rumbos nuevos, de completar la obra anónima de los trabajadores pesqueros, modernizando toda la organización económica que esta actividad tan imperiosamente ha menester.
V. PAZ-ANDRADE
Febrero 1932
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