Galicia, el Hombre y la Mar
Autor: Valentín Paz-Andrade
Data de publicación: Abril 1950
Medio: Industrias Pesqueras
Solidaridad en el riesgo
Nada une más al hombre con el hombre que la comunidad en el riesgo. Ante la permanente exposición a los mismos azares, el ánimo moviliza sus reservas de poder asociativo, buscando fortalezas en la integración, aunque para ello haya de eliminar el contorno individual.
O rigueur tu més u signe,
Qu’a mon ame je deplús!,
cantaba el autor de “Le Cimetiere Marin”. Si el hombre aplica su vocación al trabajo de la mar, además de aquel factor específico, otros no menos enérgicos concurrirán a implantar en su corazón la soldadura cálida de la solidaridad: el sabor de la conquista arrancada al seno ignoto, la participación progresiva en los frutos del esfuerzo, al gravitación del aislamiento a bordo, la infinitud y la liberalidad del medio explorado... Emoción renovada, interés, insularidad, protección exterior... otro poeta, nuestro Manuel Antonio escribiera:
O mar adelento é una illa d’agua rodeada de ceo por todas partes.
Esta agudización del más noble de los atributos morales, en Galicia, y al contacto con la mar, adquiere matices peculiares y extremos. Desde el lobo barbado y curtido, al adolescente “chó”, tres generaciones del mismo tronco familiar pueden, y aún suelen, entregarse al mismo primario afán, sobre el convés de la misma nave. Si el alta mar, la que también Valery exaltaba, como
... Grande mer de delires doués,
Peau de panthere et chlámyde trouée
es el área preferida para la lucha del hombre en plena capacidad, la mar pequeña, la ría, es tanto la escuela pesqera tradicional del que se inicia, como el retiro amable en que el jubilado del océano prolonga sus jornadas fecundas. Con unas nasas o una “liña”, montado en las tablas de la dorna o en el peñascal costero, tirando del boliche o repasando redes en la playa, la ocupación marineril llena la vida que empieza y la que declina, con equivalentes incentivos. La mar atrae al que presiente su belleza o su fecundidad. Y no abandona ni a sus vencidos.
Participación de la mujer
La mar une, además, sin diferencia de sexos. Cuando sustrae, más o menos permanentemente, a los varones útiles, las responsabildiades, aún de orden social, a que están llamados en tierra, recaen sobre las esposas, sobre las madres, sobre las viudas..., en desconexión intermitente -que tantas veces la mierte hace definitiva- con la cabeza del hogar. El fenómeno de los pueblos marineros, dominados por la voluntad femenina, no tiene otra raíz que el absentismo masculino, y la necesidad de compensarlo.
Pero la mar también recibe el tributo laboral de la mujer, de un modo más o menos indirecto, en la recomposición y “engado” de los artes, en el trabao de la fábrica, en el acarreo y el regateo de las especies comestibles en fresco... O de un modo directo, con el “rastro” en la mano, la saya “remangada” y el agua hasta la pierna, curvándose sobre la entraña descubierta por las bajamares, para extraer de su nidal abscóndito y salado, la viva delicia de la ostra, de la vieira, de la almeja o del “croque”.
¡Fértil y espontánea reacción, impuesta por el destino común, que liga a niños y a viejos, a mujeres y a hombres, en alta mar y en la costa, sin discriminación de estados ni de situaciones! Precisamente porque se produce en una de las vetas más entrañables y robustas de la raza, puede consolarnos, en parte, del daño derivante de otros achaques, que la disgregan y debilitan.
El contraste con la tierra
La actitud vital del hombre en su lucha por el pan, forzosamente había de ser otra al contacto con la tierra. Cuando opera sobre el campo sin ley, sobre el latifundio sin dueño, que es el océano, se acentúa en el alma la sensación de la pequeñez humana. Cuando opera sobre el terruño cuadriculado, entre la propiedad atomizada, fuente de desproporcionadas codicias con el respaldo de un código, el minifundio contagia al ”dominus”, le comunica la estrechez de sus límites, aprisiona su espíritu en una red de exiguas dimensiones.
Aún sin ser elementos parejos, más que en la concurrencia a un fin económico; aún desbordando la azul embriaguez de la mar -naturaleza pura-, todas las fórmulas que el derecho elabora, no tenían por qué, las que se aplican a la tierra, producir resultados tan opuestos. La ley dictada como instrumento de paz, convertida en instrumento de guerra seca, sobre trincheras de papel sellado. La insolidaridad y el individualismo, esterilizando todo esfuerzo orientado al progreso técnico y la dignificación colectiva.
La coexistencia de una y otra inclinación está patente en el país gallego. Soporta esta profunda antitesos de caracteres, en las capas fundamentales del pueblo, como una tara con raíces cósmicas, de la cual pocos logran liberarse. Los demás, adheridos a la gleba avara y sedentarizante, no han abierto aún los poros del espíritu para asimilar la viva y eterna lección de dinamismo, de solidaridad, de impulso generoso y abiertas perspectivas, que la mar, a su entorno ofrece cada día.
La mer, la mer, toujours recommencé!