Impresiones de un expedicionario. "Murcia en viaje"
Autor: Valentín Paz-Andrade
Data de publicación: 6 de setembro do 1921
Medio: Faro de Vigo
El mensaje de las cuartillas
Se ha encomendado al cronista el encargo de recoger y condensar en forma publicable las incidencias e impresiones de la expedición militar del 37. En el segundo día de viaje, á bordo del espacioso y potente Guillén Sorolla, navegando sobre las aguas del mar galaico-lusitano, cuyas ondas encrespadas envuelven el sueño legendario de la céltica Atlántida, improvisamos estas primeras cuartillas volanderas. ¡Que ellas se lleven en sus alas como gaviotas mensajeras, un latido animoso, consolador y tranquilizante á los mil hogares que deja conturbados nuestra ausencia!
El alma de Vigo
Ya se ha extinguido en los tímpanos la última vibración de las aclamaciones y de ha borrado de las retinas el incesante latir de los pañuelos blancos. Ya se ha perdido en los azules confines de la lejanía la silueta audaz y prolongada de la gran ciudad,que tan generosa hospitalidad nos ha prestado. Suenan ya lejanas las sirenas de las escuadrillas de motoras que, abarrotadas de pasajeros, han venido á acompañarnos hasta ultrapasar las fronteras del puerto. Y es ahora, cuando, al reposar las emociones, al recobrar las almas el ritmo ordinario, cobran vida espiritual en cada uno de los expedicionarios, las escenas magnas, soberanas, apoteóticas de la despedida que ese pueblo ha rendido al Batallón de Murcia.
Fue una formidable explosión del alma viguesa que se ha acreditado una vez más de estar igualmente templada, así para las empresas del engrandecimiento material, como para las de la sentimentalidad cordial. Pueblo y aristocracia, confundidos en un solo anhelo emotivo, han dado el más alto ejemplo de civismo y de hidalguía, en el trance de sentirse provados de la concicencia de los legionarios de “Murcia” para verlos marchar animosos á jugar su vida en los azares de la guerra. Y es que bajo el tórax poderoso de sus piedras nuevas, de sus piedras sin pátina, labradas por artístas del terruño, guarda Vigo un corazón tan inmenso como su grandeza.
La alegría del batallón
El barco es un cuartel flotante en día de descanso, en pie de regocijo. Solo al sonar los toques de fagina suele acallarse el bullicio de las voces y el acento de os cantos. Se oye entonces el ruido de los plato de latón, donde se sirve el humeante café con leche del desayuno y los ranchos, abundosos y nutritivos á la hora de las comidas, que suelen tener el complemento estraordinario de conservas y embutidos, producto de las donaciones populares.
Figuran entre los expedicionarios varios “virtuosos” de la gaita, que se tañen incansablemente la cornamusa regional, con el obligado y retozón acompañamiento del tamboril. Y no bien comienza a oírse sobre cubierta el son gangoso del ronco o los “repinicos” del “punteiro”, se improvisan nutridos coros de soldados que van de la proa a la popa y de la popa a la proa canturreando y aturuxando jubilosamente. La cántiga nostalgiosa y la cuarteta picaresca, de fuerte sabor enxebre, que brotan de los rudos pechos de estos mozallones, comunican a los “neboeiros” atlánticos una divina palpitación de saudade.
Como el más esforzado mantenedor de la alegría del Batallón, figura entre los soldados el popular Candidito, un mozo inquieto, danzarín y castañoleiro, a pesar de la coyuntura marital que contrajo con una rapaza de Lavadores, su pueblo. Cándido, poseedor de inagotables recursos del humorismo fácilmente chocarrero, parodia cantarices, improvisa cuples, inventa danzas y lleva a todos los rincones del navío una ráfaga viva de regocijo, que contagia a todos, oficialidad y soldados.
Novios de la aventura
El Batallón expedicionario, no bien salió de Vigo, ha visto aumentadas espontáneamente sus plazas. Cuatro muchachas de 17 a 20 años, animosas y decididas, si las hay, y unos siete mozalbetes de problemático vivir se han incorporado inadvertidamente a la fuerza del 37, dispuestos a seguir en todas las jornadas adversas o gloriosas que esperan a nuestro Batallón en las hostiles tierras africanas. Espíritus sin la estabilidad que dan los años y la cultura, dominados por el placer voluptuoso del azar no han podido resitir impasibles la ocasión que la marcha e “Murcia” les brindaba, y se han embarcado voluntariamente con el Batallón.
Pero enre estos que pudiéramos llamar “novios de la aventura”, el singular caso del chico Fernando Montero, hijo de jefe de Bomberos de Pontevedra, merce párrafo aparte. Este rapaz, que tiene unos 15 años de edad, al conocerse en aquella capital la noticia del embarque de “Murcia” se trasladó en tren a Vigo acompañado de otros muchachos, con el fin de despedir a varios amigos. Llevado por el afán afectivo, al entrar las tropas en el Guillén Sorolla, el chico Montero subió también al barco y siguió a sus amigos expedicionarios hasta la bodega del barco en que les correspondió alojarse. Parece ser que allí la despedida se prolongó más de lo debido y, cuando al rapaz pontevedrés se le ocurrió volver a cubierta, que se hallaba ya a bastante distancia de los muelles. Y el rapaz tuvo que resignarse a unir su suerte, durante unos días, a la suerte del Batallón. Y ya cuenta con una aventura en su breve vida.
La ruta
En la tarde de nuestra partida, después de perder de vista el archipiélago de las Cíes y de doblar el Cabo Silleiro -a las 7 y 10- seguimos hasta iniciarse el crepúsculo divisando costa gallega. Después extendióse á nuestros ojos el inmenso disco movible de las aguas hundido en medio diámetro por la blanca estela de espuma que abre la quilla del barco. Sobre la línea y circular del horizonte descansa sus bordes el fanal celeste. A veces irrumpe el disco, difuminándose borrosamente, la silueta de alguno otro navío que cruza. Al mediar la noche del 29 al 30 pasamos frente a Oporto.
El segundo día de viaje ananeció tan espléndido como el anterior. A las doce de esta mañana pasamos a la altura de las islas Berlingas, que se yerguen, agresivamente montañosas, como centinelas avanzados del litoral portugués.
Comenzamos á ver luego los acantilados de la costa que forman una línea quebrada de tajos casi perpendiculares. Se adelante después el Cabo Carboeiro, destacando la torre blanca y cuadrada de su faro, y la península de Peniche al abrigo de cuya breve ensenada están ancladas algunas embarcaciones. Continúa la línea de la costa lusitana, menos abrupta ya en los perfiles si bien montañosa hacia el interior, hasta culminar en el cabo Roca. Se adivina Lisboa bajo la niebla densísima que se forma á la desembocadura del Tajo. Después de nuevo mar y cielo solamente.
Doblamos el cabo San Vicente á las cuatro y diez del día 31. Veinte minutos después la punta de Sagres y tomamos rumbo directo a Cádiz. Al alborecer de hoy, miércoles 31, la niebla cierra de tal modo el horizonte disminuyendo considerablemente la marcha, que ha sido de 10 millas por término medio.
El viaje, feliz y relativamente breve, toca á su fin. A las cinco de la tarde comienza á verse el pueblo de Rota; las murallas de Cadiz á las cinco y cuarto; á las cinco y media, Puerto de Santamaría. La bruma no nos permite columbar la Isla de San Fernando.
Hemos llegado. Son las siete de la tarde y está el Guillén Sorolla atracado al muelle de la Reina Victoria de la ciudad gaditana.