Cando Castelao morrera...
04/06/2012
O certo é que fun requerido para escribir un artigo sobre a morte do inesquecente amigo. Publicúse o día 14 de xaneiro de 1950, na primeira plana de aquele suplemento. Tiña por título “Castelao, el hombre y el artista”. A censura respetóu o texto casi na integridade. Ilustrárase coa tan espallada caricatura de Bagaría -da que eu facilitara o orixinal-. A tolerancia non chegóu a permitir que a firma do dibuxante catalán – tamén morto no exilio- reproduxera ao pé da sua obra maxistral. (...) De calquera xeito, aquel-o non foi mais que unha calicata na dura codia ofical, que ainda tardaría moitos anos en refenderse.
"Valentín Paz-Andrade, a memoria do século"
Durante la séptima noche del año naciente -vértebra dorsal del siglo- han debido doblar a muerto las campanas de todas las iglesias de Galicia. Campanas marineras de Rianxo, graves campanas de Compostela. Lírcas campanas de Bastabales, de Allóns... Sólo el llanto unánime de las torres románicas, lágrimas de bronce sobre faz de piedra, habría expresado con digno acorde y proporcionado acento, en esta ocasión el dolor de la tierra.
Lejos de ella moría, por filo de las veintitres horas, el hombre que sólo para amarla vivió. En el ardor espeso de la gran urbe, asilo inmenso del mundo, se apagaba irremediablemente el brio de una vida gloriosa. Llagada por el mal de la usencia , más que por la impiedad del desgarramiento físico. Se quebraron, al fin, tras la lucha exhaustiva hasta las raices sutiles del sentimiento, que a través de la mar y del tiempo, aun fundían al hombre con la entraña natal y aliviaban la sed del retorno.
Sin la mutilación moral del extrañamiento, y a pesar de advenir prematuramente, la muerte no hubiera parecido tan desoladora. Y Galicia habría tenido la oportunidad de ejercer la santidad de sus virtudes de madre, de cubrir con el humus patrio el cuerpo que ansiosamente lo buscaba, y de corresponder, con generosidad emocionada, a la ofrenda impagable del hijo, que se fué por la senda de Dios.
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Como unidad étnica, Galicia nunca había cuajado especimen más puro y directo. Castelao era la condensación del alma gallega. A través de su tapiz de su palabra o de su pluma, de su arte o de su gesto, el espíritu del pueblo adquiría la plasticidad de la carne viviente y sensible.
Señala Alexis Carrel en su testamento, como una de las leyes de la existencia humana, l'ascensión de l'espirit. Este fenómeno se producía en Castelao con maravillosa nitidez, y sin las limitaciones que pudieran derivarse, de la singularidad de su genio personal. Vida y obra se nutren del vivero popular, pero sin convertir al hombre ni al artista en dócil intérprete de la masa.
Comentó por revelar, incluso dentro del círculo de su origen, zonas inéditas del ser gallego. Valores latentes en el transfondo de la raza, se hicieron en Castelao vivencias imprescriptibles. Renovó el menguado repertorio de imágenes que nos legó el romanticismo, enriqueciéndolo y ennobleciéndolo con la aportación más caudalosa y varia, sin duda, que la cultura gallega recibió de un hombre sólo.
El pueblo, con sus rasgos insobornables, en su doble destinación, campesina y marinera, invade su obra. Pero no la aplebeya, como en tantos, como en casi todos antes que él. Catador de la línea auténtica, del matiz definidor, los extrae limpios y recios, sin pérdida de la substancia humana, así de la mente como del cuerpo de sus paisanos, para plasmarlos con trazo sobrio y feliz. Nunca el pergenio céltico adquiriera en los dominios del arte una caracterización tan enérgica y tan legítima.
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Pocas veces el hombre y el artista, se habrán mostrado en tan equilbrada alianza. La escepcional dimensión de Castelao, como valor humano, se transparentó día a día en la páginas, a menudo dramáticas, de su vida. La misma ecuación que entre el hombre y el artista, se daba entre el corazón y el cerebro.
¡Este corazón que alguien dibujó liberaado del tóraz, condecorando el pecho, y sangrando por los que emigran! Conoció más horas de inquietud que de sosiego, de amargura que de triunfo, y sin embargo, fué el motor poderoso que le sostuvo en la brecha, por el bien de los demás, por la suerte de su pueblo, por la ascensión del espiritu”.
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Bastaría recordar la triste tara de su parcial ceguera. Y como la progresión del déficit visual, sensibilizaba su mano, para pintar esos ciegos, rusticos juglares del harapo, victimas resignadas del abandono social, peregrinos del mendrugo por “corredoiras” y romerías, que en Galicia “aínda viven da caridade”. Admirable retablo, en cuyas figuras el artista anticipaba la visión temida de su propio fin!
Castelao no logra su encendida ilusión de padre. La acariciaba en la intimidad de su hogar pontecedrés, como una compensación providencial. Cuando en el hijo apuntaba la adolescencia y precozmente comenzaba a perfilarse la promesa de una digna sucesión, la muerte se lo arrancó de los brazos.
Después, tras dificil cicatrización del alma, otra vez lucha, irguiendo aquella su amplia arquitectura corporal, vertiendo a raudales su humor y su bondad, llenando el ámbito con su fluida y contagiosa simpatía.
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Engrano con la generación de los Precursores, en el movimento rehabilitador de la cultura gallega, mucho más consciente que su proyección política. Lo que hace cincuenta años eran destellos aislados, que cancelaron gloriosamente varios siglos de oscuridad, en el campo de la poesióa y la historia principalmente, adquirió después estructura, profundidad y marnitud.
La contribución de Castelao a esta gesta del espiritu, asume dedidas excepcionales. Comienza como humorista-caricaturas, “Memorias de un ollo de vidrio”-, y se extiende pronto al dibujo coloreado, a la pintura mural y al campo literario.
Si el dibujante, con evidentes dotes nativas para el oficio, alcanzó el censo (...) de popularidad sin mengua del rango artístico, algo extraordinario latía en sus producciones. Bastaría, a veces, que las animara el seplo de las inquietudes colectivamente padecidas, pero el artista, aún en parte malogrado por la ensciente claudicación de sus ojos, comportaba méritos mucho más altos.
Una densidad filosófica, una tensión trágica, un realismo ennoblecido o un humorismo debelador debidamente dosificados, aseguraban a sus trabajos la captación inmediata del lector o del contemplador. Todo servido, en su copiosa producción literaria -crónicas, cuentos, novela, discursos, teatro, monografías...- por una dicción transparente prieta y jugosa de la mejor solera idiomática. No hace falta añadir que sus libros, además de una gama de excepcional riqueza -desde el álbim “Nós” a “Cincuenta Homes por Dez Reás”, desde “Os Dous de Sempre”. “As Cruces de Pedra na Galiza”, serán siempre criaturas vivas del espíritu, animadas por una profunda emoción humana; iluminadas por el fulgor del genio.
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Se ha extinguido una de estas vidas extraordinarias que debieran celarse como el mejor tesoro del pais. “Un hombre que jamás haya intentado hacerse semejante a los dioses -escribió Paul Valery-, es menos que un hombre”. Castelao naciera con esta gran lección aprendida, pero nunca le impidió hacer de la generosidad un culto y de la sencillez un rito.
Hombre y artista en correspondencia fecunda, podía ofrecer aun obras excepcionales a Galicia, sobre todo si su vida se prolongara hasta la senectud, devuelto al agarimo de la tierra, con un pie en la vida y otro en la historia, había plasmado en una gloriosa figura de patriarca del arte y las letras, mateniendo vivo entre nosotros el ejemplo de su egreguia humanidad y radiante la llama de su espíritu.
La Noche, 14 de xaneiro de 1950