El tren del Pirineo
20/07/2012
O diario Galicia que dirixía Paz-Andrade padeceu a censura da dictadura de Primo de Ribera que chegou a pechalo definitivamente. É o tempo en que se produce o feito que deu con Paz-Andrade na cárcere e que, indirectamente, serviu tamén de promoción do xornal. Polemizou o director, na primavera de 1924, coas opinións do xeneral Ángel Rodríguez del Barrio, que nas páxinas de El pueblo Gallego defendía a prioridade das conexións ferroviarias de Galiza con Madrid. Paz-Andrade pola súa banda confiaba nas posibilidades dun ferrocarril por Lugo até Francia, como mellor garantía de futuro para a economía galega. O artigo “El tren del Pirineo” acabou en oficios do Goberno Militar e co dilema de pagar 250 pesetas de multa ou substituílas por quince días preso. Valentín escolleu prisión.
A reacción de solidariedade foi grande e moitas casas gardaron o retrato que se imprimiu dun Paz-Andrade con apenas vinte e cinco anos agarrado aos barrotes do cárcere vigués. Sabedores de que aquela prisión era tamén o amordazamento de toda a prensa, durante un día non saíron ningunha das catro cabeceiras que se publicaban en Vigo. Tamén houbo unha folga solidaria do persoal de artes gráficas e os cobradores dos tranvías pedían dez céntimos a cada pasaxeiro, cartos que ao final se lle entregaros ao director da prisión para cubrir as necesidades dos presos.
Galicia, mércores 24 de maio de 1924.
En otro campo que no fuera el puramente periodístico, hubiéramos tenido que abstenernos de contradecir al dialecto colaborador de “El Pueblo Gallego” que se nos reveló ayer como adversario decidido del proyectado ferrocarril Vigo-Francia. Tatándose -como se trata- de un problema cardinal, que afecta vitalmente la expresión de nuesto sentir, la circunstancia de que no sea coincidente con el que sustenta una alta autoridad militar, no como tal, sinó como ciudadano falible. Por esa razón, nos permitimos disentir, públicamente, de su criterio.
Qué el ferrocarril de que se habla pueda o no ser “un desastre económico”, antójasenos una cuestión demasiado compleja y árdual para que pueda resolverla quienquiera que sea, en la prosa de un par de párrafos periodísticos. Mejor hubiera sido – en vez de ponerse a combinar cálculos de probabilidades acerca del curso de mercancías y viajeros – dejar el exámen de ese aspecto para el estudio concienzudo y profundo de los técnicos. Los que no estamos dotados de una competencia especial para resolver determinados teoremas, prudentemente obrando, debiéramos eludir el pontificar sobre ellos.
Pero que el ferrocarril de Vigo a la frontera francesa es inmensamente más importante y conveniente para nosotros que el directo a Madrid, si que nos parece perfectamente axiomático. En España -como ha señalado Joaquín Costa- se padeció el funesto error histórico de centralizar la vida del Estado, en la parte más inhospita e inaccesible del rerritorio peninsular. Así los trenes – lo recordaba recientemente Grandmontagne- gatean desde las próvidas tierras bajas a la meseta yerma, y son, por esa causa, poco menos que inútiles para circulación de la riqueza del país, ya que no unen, como debieran, los desconectados centros de la producción y los mercados de exportación. Y así anda ello. Madrid no envía al resto de España más que colonizadores electorales, escándalos políticos, crímenes sensacionales y literatura pornográfica.
Es verdad, qué merced al anacrónico sistema político-administrativo que tiene contrahecha a España y la convirtió en un pueblo de burócratas, desde la periferia hay que ir a Madrid para todo. Si nos descuidamos, a Madrid tendremos que pedir los provincianos hasta el permiso para respirar.
Pero esto se acabará algún día, o acabará con España. Cualquier avance que en el orden político se ensaye, habrá de orientarse hacia la descongestión de la metrópoli, hacia la descentralización, hacia la autarquía de las regiones que muestren el dintorno histórico de su personalidad claramente delimitado.
Cuando esto ocurra, Madrid perderá la hegemonía imperialista que hoy ejerce sobre los demás pueblos de España. Y entonces, ya no nos será tan necesaria como ahora la comunicación rápida con la corte.
En cambio, una línea ferroviaria de Vigo a Francia –perdónesenos que a nuestra estética de la lengua repugne eso de “ferroviera”-- nos uniría con el corazón de Europa, de la que tenemos bastante más que aprender y que adquirir que de Madrid. Ese ferrocarril, sería el complemento indispensable del gran puerto con que Vigo sueña. El nuevo espíritu de la vieja Europa y el alma de la joven América, entrarían antes en Galicia que en el cantro de España- aunque esto parece que no les place a los madrileños, empeñados en que todas la ideas que se importen pasen antes por la aduana del Rastro-. Vigo quedaría, de esa suerte, trocado en grandiosos pórtico intercontinental de Europa.
Cuanto al argumento del turismo – tampoco la eufonía del vocabro “tourismo” en español nos es grata – el tren del Pirineo Occidental – que así podría llamarse puesto que falnqueando las vértebras de esa gran cordillera habría de circular – sería sin duda una de las arterias más importantes del continente. En él viceversa.
No acertamos a divinar, por qué “los paisajes dulces y encantadores de Galicia, no pueden ser “por ahora”, objeto del turismo extanjero”. Suponíamos que ya debían serlo hoy. Así nos lo habían hecho concebir cuantos forasteros de sensibilidad despierta los contemplaron. Pero si el articulista no lo entiende así ¿hacia que siglo calvula que nuestros paisajes podrán atraer a la humanidad que viaja admirando las maravillas del mundo?
Aseveraciones semejantes a las que glosamos, hubieran merecido también algunos reparos. Más renunciamos a esa labor, a fin de no dar a estas líneas dimensiones excepcionales. Después de todo, aunque alague nuestro optimismo ver a Vigo arrullándose con el “¡soñemos, alma, soñemos!” estamos lejos de suponer que la magna empresa haya de tener realización inmediata.