Itinerario de ultramar. Wall Street tiene un hijo de cristal.
03/09/2012
Valentín Paz-Andrade con Cordo Boullosa Ca.1959
En New York, como en Roma -capital del calendario gregoriano- la semana arranca en lunes. Pero la arrancada, en el “monday” anglo-sajón, después de dos días de descanso, debe revestir una briosidad única. Hubiera sido tentador presenciarla en Wall Street, en medio del nervioso ajetreo de los agentes de cambios, jugadores de bolsas y “businessman”. Como el espectáculo podía resultar demasiado fuerte, nos contentamos con aprehender otra manifestación de la vida financiera yanki, que puede ofrecer aun mayor fertilidad para nuestras deducciones.
Wall Stret es la madre vieja de muchos hijos, diseminados por la gran urbe. Uno de ellos ha nacido esta mañana, y en una de las esquinas más animadas de la 5ª Avenida. Habrán adivinado que se trata de un banco. Se halla instalado en las primera plantas de un “building” funcional, edificado con especifica destinación al comercio crediticio monetario. Y construido con un espiritu al parecer tan abierto, como su abstrácta arquitectura, reducida al hiero de la armadura, al cristal de los huecos y la pavimentación e intercomunicación de los diversos pisos.
A través de la trasparente estructura, y sin salir de la calle, el cuentacorrentista puede presenciar directamente todo el funcionamiento de la máquina bancaria. Incluso las cajas de seguridad, donde se custodian sus fondos.
Ni una reja, ni un muro exterior opaco, ni una persiana. La luz del día penetra en todas las dependencias sin obstáculo alguno. Se le ha confiado la misión de evitar el enmohecimiento de los capitales acumulables dentro del cuadriculado fanal.
Apoyo esta suposición en los elementos decorativos, exclusivamente botánicos. Plantas discretamente ornamentales, alineadas como friso vivo y grácil de los ventanales o separando departamentos en el interior. El verdor de las lanceoladas hojas, quiebra la frialdad del vidrio y del acero, ayudando a crear un clima saludable, el el cual los billetes de mil dólares, las acciones de la General Motors o de la Ford Co., los bonos de la Reserva Federal... deben encontrarse muy a gusto.
A los pocos momentos de abrir sus puertas al banco recien nacido, se advirtió una favorable reacción popular. Bastó brindar a la clientela una prueba de diafanidad tan evidente, para que aquella respondiese al incentivo. Bastó que comenzara a funcionar automáticamente, ante los ojos del hombre de la calle, la enorme boca circular, dentada con poderosos y bruñidos cerrojos, del sistema de seguridad que defiende las cajas acorazadas, para que el público comenzara a invadir el “hall” destinado a las operaciones, que aquí no podríamos llamar de ventanilla. Aquí no hay ventanillas. Todo está a la vista, y como consecuencia lógica, los imponentes, mucho más tranquilos, con ánimo confiado y casi alegre, acudían presurosos a entregar sus ahorros.
La primera deducción que de premisas tales cabe extraer, es obvia. Así como no se interponen barreras para la entrada del dinero, en forma de depósitos de numerios o valores, apertura de cuentas u otro tipo de ingreso, tampoco han de colocarse para la salida, en forma de crédito a los inversionistas, descuentos al comercio, etc...
La segunda deducción... preferimos que sea el lector el que la haga. Depende de lo que opine de la banca con rejas, que subsiste en tantas ciudades europeas. De la banca que cela el dinero con el dispositivo medieval que los árabes inventaran para celar el amor. Y que no obstante cae ocupando todas las esquinas céntricas, donde el amor solía refugiarse pra instalar centrales, sucursales y agencias, ben protegidas con hierro al exterior, y con bronce y acero al interior; en cuyos penumbrosos umbrales, después de las horas del agio, humildes cancerberos galoneados, dormitan honradamente...
*Publicado en La Noche, 18 de diciembre.