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Senda abierta al futuro, por Jordi Pujol
Valentín Paz-Andrade representó para mi el contacto personal más directo y más a fondo que tuve con el nacionalismo gallego en el periodo de transición, que fue un momento de debilidad de la reivindicación galleguista. Digo esto desde el afecto y la amistad que siento por Galicia y desde la identificación que sentía, y siento, por el galleguismo. Pero así fue.
El momento era propio porque las viejas rigideces estatales y centralistas crujían. Era el momento de la recuperación de las libertades, de todas las libertades, también de la de Galicia. Pero por lo menos visto desde fuera, desde Cataluña o desde Madrid, parecía como si Galicia no estuviese lo suficientemente preparada para aprovechar aquella circunstancia favorable. Hoy las cosas han cambiado mucho, y en positivo, y ello no solo a través de organizaciones marcadamente nacionalistas, sino a través del sentir general de la gente y de la toma de posición ante el derecho de Galicia como pueblo de todos los sectores políticos y sociales. Hoy Galicia, como sociedad y como pueblo, como sentimiento organizado y como realidad política, es mucho más fuerte.
Pero entonces, en los años 70, que es cuando conocí a Paz-Andrade, las cosas no eran así. Por ello la figura de Valentín fue tan importante. Pudo haberse producido algo así como una ausencia gallega en un momento decisivo pero no fue así. En parte porque la categoría personal, la autoridad moral y la habilidad suave y firme de Paz-Andrade cubrieron el relativo vacío que en lo referente a representación gallega pudo haberse producido en aquel momento decisivo.
Quién dice esto es un amigo de Galicia y ha defendido y defiende -en la forma que corresponde a un no gallego- los derechos nacionales de Galicia. No hace mucho tuve la ocasión de hacerlo nuevamente, en Barcelona con motivo del Congreso Mundial de Empresarios Gallegos en el Extranjero. Subrayé, sobre todo, el gran incremento de autoestima, de convincción en su propia identidad, de ambición colectiva que a mi entender se ha producido en Galicia durante los últimos 20 años y que es mérito de la propia Galicia, de su pueblo y de sus dirigentes.
Pero es precisamente esta lealtad hacia Galicia con que siempre he procurado actuar lo que me permite decir que en algún momento todo fue más débil, y que en aquel momento, Paz-Andrade contribuyó -creo que más que nadie aunque no fuese el único- a preservar el futuro. El futuro de Galicia. A acotar el terreno. A decir: "este territorio lo vamos a arar y a cultivar los gallegos. Hoy, o mañana, o pasado. Pero nosotros".
Y así ha sido. Lo han hecho bien. Lo están haciendo bien.
Puede que hoy esta visión de Galicia de los años 70, y de lo que entonces representó Paz-Andrade, sorprenda. Ha sido tanto el camino recorrido. Puede que incluso esta visión mía disguste. Si así fuese pido excusas. Pero más allá del gran afecto personal que siento por Valentín, y más allá de su calidad humana, lo que creo que es bueno subrayar -en honor suyo y creo que en beneficio de Galicia- es que en momentos decisivos defendió con gran eficacia su país y le abrió horizontes de futuro. El mejor homenaje que Galicia le puede rendir es seguir avanzando por esta senda que él contribuyó tanto a dejar abierta.
* Publicado en "Valentín Paz-Andrade", Vigo: SIPSA, 1999, pp, 9-10.